En la comisaría de policía todo el mundo andaba bastante alterado. La psicóloga Claudia Marquez se disponía a interrogar al detenido, un profesor de formación, acusado de haber dado muerte a todos sus alumnos durante esa tarde. A su lado, el inspector González explicaba a la psicóloga lo que sabían del detenido: ¡No tiene antecedentes penales!, pero las pruebas le acusan directamente. Lo encontramos en su aula, el lugar del crimen, con un cuchillo ensangrentado, y con los cuerpos asesinados y mutilados de todos sus alumnos. No sabemos qué ha podido pasarle por la cabeza. Por eso está usted aquí. Ah!, una cosa más, cuando le interrogue, intente averiguar quien es Bimba y quien es Zorcol, no para de repetir sus nombres.
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Carlos finalizaba su jornada laboral a las 20h como cada día. En esta época del año ya era noche cerrada a esa hora, y por la calle ya no se veía a casi nadie. Los alumnos de Carlos que también se despedían al salir de clase, se abrochaban el abrigo y salían con una velocidad elevada. El frío y la oscuridad comenzaban a hacer estragos. Cuando todo el mundo hubo marchado, Carlos cerró las persianas del local, saludó a Bimba, su compañera, que, como cada día, le esperaba a la salida del trabajo para regresar juntos a casa.
Bimba y Carlos vivían juntos hacía cuatro años. Se habían comprado una casa aislada cerca del cementerio. Pensaron que era el mejor lugar, porque además de que la casa estaba muy bien de precio, lo que más les importaba es que tenía una buena parcela, en la que poder criar en condiciones algunos de sus raros animales: el Renzo, un lagarto de dos cabezas que se alimentaba de niebla y que tenía el don de poder orientar a los espíritus que no encuentran el camino; las dragoninas, con patas de gallina y cuerpo y cara de dragón. Sus huevos eran de color negro, y alimentarse de ellos era fuente de salud y vida eterna, aunque lo complicado era realmente poder recoger los huevos sin ser chamuscados por las revoltosas dragoninas. Por último, Bimba y Carlos también tenían un Zorcol, un extraño ser, de color rojo y cara de demonio, de apenas un metro de altura que caminaba erguido sobre sus patas traseras y que tenía el don de hablar y de saberlo todo sobre el mal.
Pero cuando esa noche llegaban a casa, ya desde lejos se veía un intenso humo saliendo de su casa. Bimba y Carlos corrieron hasta llegar a la casa en llamas. El fuego era imparable. Las llamas habían reducido a cenizas al Renzo y la casa estaba ahora rodeada de espíritus desorientados que deambulaban sin rumbo por la parcela. Las dragoninas habían sido también quemadas, pero se notaba que habían batallado hasta el final contra quien quiera que fuera que había provocado este incendio. Zorcol había desaparecido. La casa estaba completamente destruída, y Bimba enfurecida clamaba venganza. Carlos comenzó a pensar en quién podía haber cometido semejante atropello y juró matar al culpable en cuanto lo descubriera. Así que Bimba y Carlos decidieron no comunicar a nadie lo sucedido y hacer vida normal.
Al día siguiente, Carlos acudió a clase como era habitual, y durante la clase observaba las caras y las manos de sus alumnos. Buscaba alguna quemadura o de pista que le permitiera saber quién había sido. Aparentemente, todos los alumnos de la clase parecían inocentes.
LLegó la pausa de la clase, una media hora, y Carlos salió a la calle, Este día Bimba estaba allí, asi que se dirigió hacia ella. Bimba estaba nerviosa, Había encontrado al Zorcol y le había preguntado quién había sido. Ahora Bimba había venido a ver a Carlos para decirle que habían sido todos los alumnos, en un trabajo en equipo, quienes habían conspirado y organizado el incendio de su casa. Bimba exigió a Carlos que cumpliera su venganza: mátalos, mátalos, mátalos. Esas palabras retumbaron en la cabeza de Carlos durante las siguientes dos horas.
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La psicóloga escuchó pacientemente el relato de Carlos, y cuando éste hubo acabado, le preguntó por el paradero de Bimba y del Zorcol. Carlos levantó la mirada, y respondió: ¿bromea?. Están ahí sentados al lado de usted. La psicóloga se levantó de un golpe, y marchó de la sala para contarle al inspector lo sucedido.
Días después la investigación concluyó. Carlos fue hallado culpable de las muertes de sus alumnos. Bimba, la mujer a la que Carlos hacía todo el rato referencia, había sido su compañera años atrás pero había muerto ahogada en un incendio fortuito que se había producido hacía seis años. Daba la casualidad de que el crimen de Carlos se había cometido en el sexto aniversario del incendio que había acabado con la vida de su esposa.
Cristina Cifuentes
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