Naamah miraba distraída por la ventana el vuelo de los cuervos
que revoloteaban alrededor del milenario roble, situado justo en medio del gran
jardín que rodeaba la universidad.
El señor Amazarac, profesor de mitos y
leyendas, se dió cuenta de que la mayoría de alumnos imitaban el comportamiento
de Naamah, prestándole nula atención. Así que calló de repente y se subió
encima de la mesa, consiguiendo así la atención de todos los presentes.
-
Ya veo que no os interesa lo que os estoy
contando y como se acerca la noche de Samhain, voy a explicaros la historia del
demonio Inguma. – dijo el profesor con voz de ultratumba.
“Mau Mau o Inguma, también llamado Lamashtu en la
demonología sumeria. Este demonio es uno de los demonios más malignos y
despiadados. Un espíritu tan antiguo como el mundo, que arranca de los brazos
de las madres a los niños para comerse su carne y beberse su sangre. Pero
vosotros también debéis temerle ya que se alimenta de las almas de todos
aquellos que sean puros.
Inguma es el creador de los malos sueños, las pesadillas y
los terrores nocturnos. En la oscura noche, atraviesa las puertas convertido en
niebla y se cuela por las rendijas más pequeñas hasta llegar a los pies de la cama
de todo aquel que duerme. Si tenéis suerte, tan solo pasaréis una mala noche.
Pero si el demonio
quiere jugar, preparaos porque no descansareis hasta que os de muerte. Inguma
os torturará cuando más indefensos os encontréis, sumidos en un plácido sueño
que se convertirá en una eterna pesadilla. Sufriréis todos y cada uno de
vuestros miedos, vuestras angustias se harán realidad y reviviréis vuestros
temores una y otra vez, hasta que Inguma quedé satisfecho.
Entonces, posará sus
labios sobre los vuestros y vuestro último aliento será suyo para siempre. Y no
creáis que así descansaréis, vuestra alma se unirá a su ejército de muerte. “
Naamah quedó hipnotizada por las palabras de su profesor. Sumida
en el mundo de horror que había imaginado mientras él relataba la historia del
demonio Inguma, no escuchó la campana que anunciaba el fin de las clases y cuando
despertó de su ensueño todos sus compañeros se habían marchado y tan solo
quedaba en clase el señor Amazarac.
Recogió sus cosas rápidamente y se dirigó hacia él, todavía
con la mente obnubilada.
-
Profesor Amazarac, me ha dejado fascinada la
historia de Inguma. ¿Podría contarme más sobre la cultura de la que proviene
este demonio?
-
Por supuesto Naamah, me alegra que te haya
gustado esta leyenda. Todos los años en la noche de Samhain suelo reunirme con
unos amigos para celebrar esta festividad. Si te apetece puedes venir, esa
noche siempre contamos historias sobre mitología y precisamente iba a hablarles
sobre Inguma.
Naamah salió de clase con una sonrisa, fantaseando con la
idea de descubrir nuevas historias que habrían surgido años atrás para
convertirse en leyendas y pensando que quizás, más que cuentos la gran mayoría
debían de ser ciertas.
A las doce en punto tal y como habían quedado, Naamah llamó
al timbre de la casa del profesor. Este la recibió vestido con una capa blanca,
que ocultaba completamente su ropa y una capucha que dejaba entrever vagamente
su rostro. Su brazo derecho sujetaba un candil que mantenía en alto y en su
brazo izquierdo reposaba otra completamente igual, que le tendió a Naamah al
tiempo que susurraba:
-
Pasa y ponte cómoda, estás en tu casa. Solo te
pido que te pongas la capa, todos la llevamos y significa algo muy especial
para nosotros. Más tarde te lo explicaré, ahora acompáñame abajo. Todos están
deseando conocerte.
Naamah siguió al señor Amazarac por los pasillos tenuemente
iluminados, hasta llegar a una puerta roja que se encontraba al final de la
casa. El profesor abrió la puerta, desde la que pudo ver unas escaleras de
caracol que descendían varios pisos y una intensa luz roja que iluminaba desde
el fondo.
Con un rápido gesto que no alcanzó a adivinar, Amazarac la
empujó con fuerza haciendo que se precipitará hacia la luz roja. Naamah rodó
por los escalones gritando, intentando agarrarse a algo que parará la caída,
pero un golpe la dejó inconsciente, tendida a los pies de la escalera.
Cuando su consciencia volvió y pudo abrir los ojos, Naamah
quedó horrorizada. La habían atado de pies y manos sobre una gran losa de
piedra. Estaba desnuda y llena de cortes que no dejaban de sangrar, creando
pequeños ríos rojos que recorrían la losa hasta sus pies y formaban una cascada
de sangre, dónde se amontonaban sus compañeros de clase aunque le costó reconocerlos. Con los ojos desorbitados y las capas manchadas de rojo, se peleaban entre ellos para conseguir beber de la sangre que resbalaba hasta el suelo.
Intentó liberarse de las cadenas que la ataban, pero su
cuerpo no respondía. Quiso gritar por si alguien la oía y lograba rescatarla, pero
sus labios no se movían. Sintió un escalofrío al oír una voz que susurraba a
sus espaldas y que ella conocía perfectamente.
-
Naamah, Naamah…Quién juega con fuego puede
quemarse, no debiste tentar al diablo. ¡Inguma,
oh dios de los eternos! Vestido de blanco te entrego al ser más puro de todos
los tiempos, con su sangre tiñe nuestros cuerpos y con su alma llévanos contigo
al eterno infierno -dijo el profesor acercándose a sus labios.
El frío se apoderó de su cuerpo cuando los labios de
Amazarac rozaron los suyos y las lágrimas brotaban sin cesar resbalando por sus
mejillas. Sentía como su último aliento la abandonaba poco a poco, colándose entre
sus dientes hasta las fauces del demonio. Sus manos habían dejado de arañar la
losa, sus pies reposaban inertes y sus ojos sin expresión…ya no tenía fuerzas
para luchar.
Cuando los labios del profesor se alejaron de Naamah las cadenas
que la ataban se liberaron, sus ojos se tornaron fuego y de su espalda salieron
unas enormes alas negras que la elevaron hasta el techo.
Por fin Amazarac tenía a su ángel caído,la líder que los guiaría hacía el infierno y a un grupo de alumnos muertos sedientos de sangre. Y juntos, atemorizan a los pobres ingenuos
que osan sumirse en un placentero sueño, robando sus almas para convertirlas en
guerreros de Inguma...en guerreros de la muerte.
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