Hellströk era un pequeño pueblo celta situado a orillas del famoso río Kraser, que dividía la localidad en dos y cuyas aguas bajaban siempre teñidas de rojo. A pesar de ese toque tétrico, Hellströk era conocido por su tranquilidad y sus bellos paisajes. Situado entre el valle de Sändresh, sus parajes siempre teñidos de blanco le daban un aspecto de pura inocencia.
Morrigan paseaba entre sus estrechas y pedregosas calles distraída, camino del bosque donde solía reunirse con su gran amigo. Su larga cabellera roja destacaba demasiado entre el blanco de los prados por lo que siempre llevaba una raída capa, que había heredado de su abuela, con la que cubría su taheño cabello. Su amigo Dagda vivía a tres lunas de distancia, en una pequeña cabaña con la única compañía de su lobo. Solían encontrarse en el bosque bajo el roble y allí pasaban horas conversando.
Más ese día al llegar al crann bethadh, el gran roble sagrado y el punto dónde siempre se encontraban, Morrigan no encontró a Dagda sinó a un enigmático druida. Mugh Ruith, así dijo llamarse, iba montado en un carro de metal blanco lleno de gemas brillantes, con el que recorría los reinos transmitiendo su sabiduría y ayudando a todo aquél que su magia le permitía.
- - Hoy es la noche de Samhain, no deberías recorrer el bosque sola...ni acompañada. ¿A qué esperas?Vamos, regresa el pueblo con tu familia! -dijo Mugh con voz áspera.
- - No puedo marcharme sin hablar antes con mi amigo Dagda. ¿No habrás visto a un chico correteando por aquí con un arpa de oro, cantándole a los árboles? -preguntó Morrigan con un hilo de voz.
- - ¿Arpa de oro? ¡Por todos los Dioses! Tú debes de ser Morrigan...aquél chico no dejaba de gritar tu nombre cuando se lo llevaron los difuntos. Debes ir tras él, chica, sólo tú puedes salvarle y librarnos del mal que se cierne sobre nosotros – exclamó el druida.
A continuación Mugh Ruith pronunció unas palabras apenas perceptibles, delicadas como el canto de una sirena y junto a él apareció una pequeña hada, del tamaño de una bellota y tan brillante como una luciérnaga.
- - Yo debo marcharme, pero ella cuidará de ti y te guiará en tu oscuro camino, no la pierdas de vista. Recuerda pequeña, confía en tus instintos y si todo falla, no pierdas de vista la luz.
Y tras estas palabras el druida desapareció, dejando un rastro de polvos blancos y el eco de sus palabras. Morrigan no tuvo tiempo de asustarse, ni siquiera de preguntarse qué estaba pasando. La pequeña hada salió corriendo y Morrigan se obligó a seguirla, arrastrando sus botas sobre la pesada nieve.
Apenas llevaban caminando unos minutos, cuando al llegar al puente de Mürdhor se encontraron a una anciana agachada, rebuscando algo entre la nieve. El hada se detuvo al instante sobre el pañuelo que aquella extraña anciana llevaba anudado a la cabeza.
- - Oh! Chiquilla, ¿serías tan amable de ayudarme? Estos ojos ya no ven como antaño y mis manos se me antojan garras inútiles. He perdido una castaña y ya no se encuentran tantas por aquí, las necesito para alimentar a las gentes en este invierno tan frío. ¿La encontrarás por mí? - susurró la anciana, mirándola por encima de las gafas.
- - No puedo entretenerme, anciana. Los difuntos se han llevado a mi amigo y tengo que ayudarlo – dijo Morrigan, nerviosa.
Pero como el hada no se movía, se puso a buscar entre la nieve tan rápido como podía. Tras unos minutos y cuando el frío teñía sus manos de azul, encontró la castaña y se la entregó a la anciana.
- - Muchas gracias preciosa, ahora ya nadie pasará hambre. Eres una chica muy valiente, pero los difuntos tienen almas muy oscuras. Llévate esta calabaza, con su luz ahuyentaras la oscuridad y su llama devolverá a la vida tus manos heladas. – le dijo la anciana.
La castañera se despidió del hada con un guiño y prosiguió su camino hacia el pueblo. La pequeña hada revoloteó de nuevo, dibujando con sus alas el sendero a seguir y Morrigan se puso en marcha sujetando la calabaza para alumbrar el oscuro camino.
La pelirroja y el hada caminaron sin parar, atravesando el bosque de las ánimas hasta que se hizo la noche. Al girar en un recodo el sendero desapareció y ante ellas se manifestó un espíritu. Parecía cansado y perdido, y sus ropas no eran más que harapos que colgaban ondeando a los lados de lo que quedaba de su cuerpo.
- - Hola Morrigan. Soy Jack O’Lantern, pero como podrás ver he perdido mi candil y ya no puedo ver ni la sombra de mi propia alma. Ah, veo que llevas una lumbre de calabaza, dámela niña y podrás seguir con tu camino.
- - Ya sé quién eres, un ser tan ruin que ni el diablo quiere su alma. No puedo darte la calabaza, la necesito para salvar a mi amigo de las garras de los difuntos. Además, ¿cómo es que sabes mi nombre?
- - Pelirroja, tú yo tenemos más cosas en común de lo que crees. Haremos un trato, yo te ayudo a salvar a tu amigo y tú me das la calabaza. Mi alma ya está perdida, pero no le deseo a nadie que sufra este pesar, quizás así logre redimirme.
Y así, este extraño trío atravesó el bosque y llegó a la cabaña de Dagda. El hada dibujó una sonrisa en sus diminutos labios y tras un chasquido desapareció, dejándolos a su suerte. Allí se encontraron con una escena espeluznante: miles de fantasmas furiosos se arremolinaban en círculos alrededor de un caldero humeante y encima de este Dagda, atado de pies y manos cual cochinillo antes de asar.
Morrigan salió corriendo hacia él, atravesando los espectros que la seguían con sus frías miradas y alzaban las manos enfurecidos.
- - ¡Por todos los dioses, Dagda! ¿Estás bien? ¿Qué está pasando? – gritó Morrigan con lágrimas en los ojos.
- - Morrigan, has venido a verme! Habíamos quedado hace tres lunas en roble sagrado y como no aparecías me preocupé y corrí a tu pueblo a buscarte. Allí me dieron la mala noticia, te habían encontrado días antes en la entrada del bosque, con los ojos blancos como la niebla y fría como la nieve. Habías muerto Morrigan y yo… yo no podía soportarlo, así que use el caldero para traerte de entre los difuntos, pero aparecieron todos estos espectros y tú no estabas entre ellos. Lo siento, lo siento mucho amiga.
Morrigan rompió a llorar, pero Jack se acercó a ella y le susurró al oído:
- - Pelirroja… no podía decírtelo, antes tenías que encontrar a tu amigo. Mi alma ha vagado miles de años en este limbo y no puedo dejar que tú pases por lo mismo.
Jack O’Lantern invocó al diablo y deshizo la promesa que le había obligado a cumplir. Satanás podía quedarse con su alma y cómo recompensa por los años que Jack no había pasado en el infierno, se llevó también todas las almas de los espíritus que Dagda había invocado.
Un haz de luz brotó del caldero y elevó a Dagda hasta los cielos, haciéndolo desaparecer ante los ojos de Morrigan. Desesperada por haber perdido a su amigo, se lanzó sin pensarlo en el caldero esperando volver a encontrarse con su alma gemela en el Valhalla.
Cuenta la leyenda que, desde entonces, en la noche de Samhain todos los habitantes de Hellströk preparan ofrendas para sus particulares dioses: Morrigan y Dagda, la guerrera y el druida que dieron su vida para alejar la oscuridad y la muerte de la faz de la Tierra.
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